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EDITORIAL – ???

Marzo 2015

 

 

 

 

 

 

Le Parc Lumière tras bambalinas

Por Luciana Murcia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La muestra de Le Parc Lumière, exhibida hace poco tiempo en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), representó una experiencia diferente en mi carrera y quisiera compartir con ustedes los desafíos con los que, a veces, un conservador/restaurador se puede encontrar al trabajar con arte contemporáneo.

 

Trabajo como conservadora/restauradora en Malba y gran parte de mis tareas incluyen, además de restaurar obras junto con el resto del equipo, garantizar el mantenimiento de la colección permanente y de las muestras temporarias.

 

Esto abarca, no sólo monitorear el estado de conservación y restaurar las obras en exposición, sino también realizar su limpieza diaria y controlar que las obras estén libres de marcas de dedos, polvo y pelusas que suelen acumularse sobre todo en las épocas donde hay más afluencia de gente en el museo.

 

Cuando recibimos en el museo la muestra de Julio Le Parc, este trabajo de mantenimiento que describo, se resignificó para mí por completo. Lo que en obras más tradicionales implica una simple limpieza y alguna pequeña intervención, en este caso, representó algo mucho más complejo.

 

Como se desarrolló en los artículos ‘Llevar luz a la oscuridad’ y ‘Saltar a la acción’ publicados en este mismo número, las obras de esta muestra cuentan con características que las diferencian del arte tradicional al momento de abordarlas desde el punto de vista de la conservación:

 

-Están en contacto directo con el observador.

-Poseen luz y movimiento.

 

Estas peculiaridades antes descriptas hacen que las tareas de mantenimiento sean mucho más complejas ya que la limpieza debe ser más ardua y constante pero, sobre todo,  porque implica el recambio periódico de partes deterioradas e inclusive el aprendizaje del mecanismo de los motores para su posible reemplazo.

 

Para cumplir con estas demandas, la curadora técnica Käthe Walser y su equipo, armaron un grupo especial al que capacitaron para el monitoreo conjunto del funcionamiento adecuado de las obras y de la muestra en sí.

 

Parte del personal de montaje del museo se encargaba de prender y apagar las obras al principio y al final del día y de cambiar las bombillas quemadas y, mi tarea consistía en la limpieza general y del reemplazo de las partes deterioradas.

 

La metodología de mantenimiento de esta muestra era muy específica y estaba organizada en una serie de protocolos que había que cumplir:

 

Cada obra estaba numerada y venía con una caja especial con el mismo número que contenía repuestos y herramientas necesarias para arreglar cada pieza. Dentro de cada caja también había una planilla con fecha para que el conservador a cargo completara cuáles partes se intercambiaron y cuáles partes fueron usadas, así, al momento en que se retirara la muestra, se sabría cuáles partes se deberían reponer sin necesidad de rehacer el inventario.

 

Estos protocolos, lejos de complicarnos (aunque la palabra protocolos siempre suene tediosa y complicada) nos facilitaron la tarea muchísimo ya que dentro de cada caja estaba la respuesta a cualquier problema que pudiéramos tener con esa obra durante el período de la muestra. Contenían tuercas y tornillos de todos los tamaños,  destornilladores adecuados para cada tornillo, cera para lubricar los engranajes, tanzas de todos los grosores, motores nuevos y lamparitas entre otras partes necesarias para el mantenimiento de la obra.

 

Las curadoras técnicas no habían dejado nada librado al azar. Cada obra tenía su contraparte, tras bambalinas, representada por esas mismas cajas. Sin éstas, las obras no podrían mantenerse en funcionamiento a lo largo de la muestra y sin funcionamiento, perderían su sentido. Por lo tanto, las cajas eran tan importantes como a las obras mismas.

  

Una de las obras que requirió más horas de trabajo durante toda la muestra fue la obra número 105.203, “Continuel-lumière avec formes en contorsions”, 1966 /1996.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Como explica Käthe Walser en su artículo es una obra en la que “motores activan elementos de madera o metal a los que se han sujetado tiras de acrílico y de aluminio reflector o coloreado a fin de crear un efecto lumínico determinado” (Imagen 1).

 

Y aquí viene otra de las cosas que hizo de esta muestra una experiencia tan diferente: había que conservar la materialidad de la obra, pero también había que conservar lo inmaterial representado en este caso por los efectos de reflexión sobre el muro y que era aún más importante.

 

Estas tiras o foils de acrílico y aluminio mencionadas por Walser, se deterioraban con mucha facilidad ya

que los motores estaban en funcionamiento constante durante las horas de apertura del museo y con los sucesivos recambios había que tener mucho cuidado de que no variara el reflejo de la luz.

 

Así fue que una vez reinó el pánico cuando, después de cambiar varios foils, vimos que el efecto no era el mismo y no entendíamos el porqué. Después de muchos intentos y mucho trabajo en equipo, observamos que la segunda partida de foils había venido con la curvatura natural del material invertida y esta mínima diferencia hacia que el efecto lumínico se distorsionara drásticamente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En proceso de intervención

 

Problemas de este tipo son con los que uno se encuentra cuando trabaja con obras no tradicionales. En ninguna universidad de conservación nos enseñan a reparar un motor de una obra ni aprendemos las propiedades físicas de la luz como para saber a qué responde la distorsión de un reflejo pero sin embargo, tenemos que resolverlo.

 

En este caso en particular yo conté con la capacitación por parte de las curadoras técnicas y con el cálculo milimétrico que habían hecho para evitar problemas durante el mantenimiento pero esto es una excepción. Muchas veces, podemos encontrarnos con este tipo de obras y sólo contamos con nuestro esfuerzo y nuestro ingenio y/o sentido común como aliados.

 

Parte de lo que aprendí trabajando con obras de arte contemporáneo es que este sentido común es la herramienta más importante y el trabajo en equipo e interdisciplinario es fundamental. Por esto, quise compartir con Conversa esta experiencia, con sus desafíos, complicaciones, con los errores y felizmente con los aciertos. 

 

Por último, no quiero dejar de mencionar mi agradecimiento a Käthe Walser y a su equipo por la inmensa ayuda y predisposición a compartir el conocimiento, a Nicolás Valiente por trabajar a la par conmigo y al resto de las personas del museo que hicieron que esta muestra fuera posible.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Luciana Murcia forma parte del equipo de conservadores del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) y trabaja en el taller de Restauración del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas de la Nación. Es graduada en Bellas Artes en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y comenzó sus estudios en restauración en distintos talleres particulares para luego continuar con sus estudios formales en la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA) donde se graduó como Técnica restauradora y es Egresada de la Licenciatura de Conservación y  Restauración de Bienes Culturales.

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