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Acciones de conservación preventiva en depósitos de la División Arqueología del Museo de La Plata

Por Ana Igareta y Roxana Mariani

Ponencia del 3° Encuentro Internacional de Conservación Preventiva e Interventiva organizado por el Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, marzo 2015

Ana Igareta

Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales (Facultad de Ciencias Naturales y Museo, UNLP). Investigadora Asistente CONICET desde 2012. Jefa de Trabajos Prácticos de la Cátedra de Etnohistoria de la FCNyM, UNLP y Encargada de Colecciones de la División Arqueología del Museo de La Plata. Desde el año 2003 coordina el Equipo de Arqueología Histórica del Museo de La Plata y desde el 2008 dirige el Proyecto de puesta en valor de las colecciones históricas de la División Arqueología del Museo de La Plata, como parte del Programa permanente para el mejoramiento de colecciones. Se ha especializado como temática de investigación en el estudio del urbanismo colonial del NOA durante el periodo colonial temprano y ha coordinado diversos trabajos de peritaje y rescate arqueológico en provincias de la Argentina y en Paraguay.

 

Roxana Mariani

Licenciada en Biología (Orientación Zoología) y Doctora en Ciencias Naturales (Orientación Zoología), Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata. Docente Investigador de la FCNyM, UNLP y Profesional Legista como Entomóloga Forense. Jefe de trabajos Prácticos, Cátedra Zoología Invertebrados II (Artrópodos); Jefe de Trabajos Prácticos Cátedra Zoología General de la FCNyM, UNLP . Profesor Invitado Especialización Derecho Penal, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, UNLP.  Ha publicado 94 trabajos, entre los que se cuentan, artículos en publicaciones científicas,  actas de reuniones científicas, libros y  capítulos de libros.  

El Depósito 25 de la División Arqueología del Museo de La Plata alberga más de 50.000 piezas que integran las colecciones fundacionales de la institución de un enorme valor patrimonial, e incluyen elementos enteros y otros tantos fragmentos de cerámica, piedra, hueso, metal, vidrio y telas, entre sus principales materias primas. Durante más de un siglo, el D25 funcionó como espacio de guarda de colecciones y también como sitio de almacenamiento temporal del material en tránsito recuperado en excavaciones por investigadores de la institución. Esto implicó la circulación constante de un gran volumen de elementos que ingresaron asociados a dicho material –sedimentos, restos orgánicos, insectos etc.- potencialmente riesgosos para las piezas arqueológicas y que se sumaron a los agentes de deterioro propios de todo espacio de depósito.

 

Cabe señalar que el D25 es un espacio de 23 m de largo, 8 m de ancho y 2,5 m de altura, se ubica en el centro de la planta baja del Museo de La Plata, y es un ambiente sin luz natural, completamente aislado del exterior y con condiciones ambientales relativamente estables. Presenta tres aberturas de ventilación que dan a pasillos internos del edificio: dos pequeñas ventanas distales y una puerta de acceso frontal que posee una malla de red metálica en su mitad superior, no contando con ningún sistema artificial de control de temperatura o humedad. Monitoreos diarios realizados algunos años atrás permitieron establecer que el depósito presenta una temperatura promedio de 16° C y una humedad relativa del 65% durante todo el año, con un pico máximo de 20 °C y 72% respectivamente, que se registra entre las últimas semanas de febrero y la primera de marzo.

 

Los muros perimetrales se encuentran cubiertos de estanterías de madera de piso a techo y el espacio central del depósito se encuentra ocupado por tres líneas paralelas de estanterías metálicas de 15 m de largo, 1 m de ancho y 2 m de altura cada una, separadas entre sí por pasillos de unos 75 cm de ancho. El mobiliario metálico reemplazó, en el año 2014, a un muy heterogéneo conjunto de estructuras de madera construidas a lo largo de más de cien años, que hasta entonces alojaron el grueso de las colecciones.

Dos vistas del mobiliario del D25. A la izquierda, cajones de madera apilados utilizados como estanterías para la guarda de materiales. A la derecha, parte de las nuevas estructuras metálicas que los reemplazados.

En el año 2010 y en el marco del “Programa permanente de mejora de las colecciones del Museo de La Plata”, la División Arqueología implementó un plan de trabajo interdisciplinario para la puesta en valor de las colecciones del D25, definiéndose entonces como objetivos prioritarios de la primera etapa la actualización del inventario de piezas en depósito, y la detección y control de la actividad de insectos que supusieran un riesgo para las mismas. Esto último implicó la realización de prospecciones y relevamientos tanto del estado del material arqueológico como del mobiliario que las contenía, elaborándose luego una estrategia sistemática de inspección y control con la finalidad de asegurar la conservación a largo plazo de los bienes y la erradicación de plagas que pusieran en riesgo su integridad.

 

La presente comunicación se propone dar a conocer algunos aspectos de las tareas de puesta en valor implementadas en el Depósito 25, detallando los resultados del diagnóstico de la actividad de insectos detectada en el mismo y las acciones  de conservación preventiva e interventiva realizadas sobre el material y mobiliario del mismo, destinadas a detener y/o minimizar procesos de daño que los afectan, respetando los estándares implementados a nivel mundial en tal sentido a fin de  garantizar la conservación a largo plazo de bienes de significativo valor patrimonial. 

 

Insectos como agentes de biodeterioro en piezas de colección y mobiliario

 

Al proponernos un abordaje interdisciplinario del problema del biodeterioro que amenaza el material arqueológico, resultó imprescindible hacerlo desde una perspectiva ecológica, en la cual las condiciones ambientales se combinan y relacionan con la presencia de cierto tipo de organismos y la naturaleza y características del sustrato sobre el que estos se desarrollan (Serrano Rivas, 2004). En tal sentido, los materiales y las estructuras de soporte presentes en el D25 conforman un sistema de interconexión entre poblaciones biológicas -que en bajas densidades resultan tolerables pero en altas producen daños ecológicos y económicos- y los factores físicos y químicos que caracterizan dicho medio ambiente, debiendo valorarse la importancia de cada uno de los mismos al momento de intentarse acciones de control del biodeterioro. (Pinniger, D. y P. Winsor, 2004).

 

En general los insectos que afectan las colecciones de museos son de hábitos nocturnos, crípticos y adaptados a vivir en condiciones estables, y frecuentemente antropófilos -viven a expensas de cualquier producto orgánico, en su mayoría de origen animal, presente en ambientes urbanos-. Desde una óptica ecológica tales insectos pueden ser clasificados en tres grupos: primarios, los que dañan las piezas por acción mecánica al alimentarse con sus fuertes mandíbulas; secundarios, los que generan daño por acción química, contaminando el material con sus heces, secreciones, olores, mudas y restos al morir, y los oportunistas o accidentales, que solo están asociados por azar con las piezas de colección y pueden comportarse como primarios o secundarios (Yela, 1997).

 

La primera evidencia reconocible de la actividad de insectos en el D25 fue la presencia de aserrín fresco en marcos, cajones y estantes de madera, inmediatamente después de haber sido limpiados y asociados a la presencia de pequeñas perforaciones circulares dispuestas a intervalos regulares en la superficie de los mismos. El análisis entomológico reveló que las estructuras se hallaban afectadas por el pequeño escarabajo vulgarmente conocido como “carcoma”, Anobium punctatum De Geer (Familia Anobiidae, Coleoptera), cuya actividad había restado solidez a las estructuras de soporte, al punto de poner en riesgo su estabilidad. Las hembras oviponen en grietas o galerías existentes de madera vieja y seca y las larvas son xilófagas y muy voraces, por lo que ocasionan severos daños. Viven hasta 2 o 3 años excavando una red de túneles y galerías de corte circular, generando aserrín al que adicionan heces o fecas y restos de mudas.

Luego, construyen una cámara pupal cerca de la superficie y a los pocos días los adultos emergentes perforan circularmente la madera y salen al exterior junto con restos de aserrín y otros, lo que denota su presencia y favorece su reconocimiento. Varias generaciones de carcomas pueden potencialmente destruir por completo cualquier estructura construida con madera y, en menor medida, atacar otros materiales que contengan celulosa, como libros o pinturas sobre lienzo.

 

Un segundo indicio de la presencia de insectos perjudiciales en el depósito fue el hallazgo constante de daño en las etiquetas y nomencladores de papel que referencian las piezas arqueológicas. Éstos aparecían severamente afectados por agujeros producto de la alimentación, “pastoreo”, de los insectos y los restos, fecas y otras  suciedades del ambienten que se sumaban. A fin de identificar los organismos responsables de dicho daño, se recolectaron muestras en cuatro sectores diferentes del depósito, utilizando pinceles y pinzas de punta fina y luego se las colocó en bolsas de plásticos (tipo Ziploc) con cierre hermético para su estudio posterior. 

 

 

 

Detalle del mobiliario de madera que debió ser reemplazado; obsérvese la evidencia de la actividad de insectos en uno de los estantes atacados

El análisis reveló la presencia de blatarios –vulgarmente “cucarachas”- y dermápteros –“tijeretas”- insectos oportunistas, omnívoros (ninfas y adultos), en general nocturnos y que pasan gran parte de su vida en refugios. Las cucarachas mayormente están asociadas a urbes y en especial a residuos y basureros, las hembras colocan los huevos en pequeños estuches, ootecas. Causan daños al alimentarse, sus mandíbulas dejan marcas en pieles, cueros, libros, pegamentos, gomas y pasta de almidón; sus heces producen un manchado muy característico y además emiten secreciones olorosas de atracción que a la vez contaminan. La tijereta hallada, Doru lineare (Eschs.) ocasiona daños similares, y en refugios encontrados o construidos con elementos del medio, cuidan a la prole.

 

También se detectó en el depósito evidencia de la actividad reciente de los llamados “pececito de plata”, Lepisma saccharina (L.) Zygentoma, plaga muy común de archivos, bibliotecas y museos por su capacidad de digerir celulosa y porque se alimentan de  productos con alto contenido en almidón u otros polisacáridos como la dextrina de los adhesivos empleados en la encuadernación de libros o la gelatina de las fotografías. Son ágiles y presentan una fototaxia negativa, lo que hace rara su observación. Asimismo se detectó en menor medida los llamados “piojos de los libros” (Psocoptera) que se alimentan de algas, líquenes, polen, materia orgánica vegetal en descomposición y hongos fundamentalmente, adhesivos fabricados en base a almidón. Habitan en lugares húmedos por lo que en ambientes con una Humedad relativa inferior a 35%-40% se secan y mueren. Es común reproducción por partenogénesis.

 

Evidencias del ataque de diversas especies de insectos a un sobre de papel que contenía una muestra de material cerámico pero que además servía como nomenclador a un conjunto mayor de piezas.

El relevamiento permitió observar la presencia de arañas en el D25, oportunistas que predan sobre los insectos que infestan los depósitos favoreciendo así el control biológico de los mismos pero que, al construir telas entre las piezas de colección, contribuyen con la acumulación de polvo, presas atrapadas y otras suciedades. Entre los restos de individuos y mudas recuperados fue factible identificar numerosos ejemplares de Loxosceles laeta (Nicolet) conocida como “araña de los cuadros o violinista”, la que si bien no es agresiva es considerada muy peligrosa por poseer un veneno potencialmente mortal por ser hemolítico, y porque además causa severas necrosis cutánea por ser proteolítico. De hábitos nocturnos, esta araña generalmente se oculta durante el día en escondrijos y si bien su presencia no tiene incidencia en la conservación del mobiliario y las piezas de colección, resulta muy riesgosa para el personal que trabaja dentro del depósito por la posibilidad de ser picado al manipular diferentes objetos.

 

Por su parte, la revisión del material arqueológico exhibió evidencia de ataque biológico, con diversos grados de severidad, en piezas confeccionadas con materias primas orgánicas. En tal sentido, la colección de textiles andinos alojada en el D25 fue una de las más afectadas, exhibiendo las fibras de varias de sus piezas manchas de humedad, hongos y pequeñas perforaciones asociadas a la actividad de insectos y otros organismos[1]. Uno de los principales agentes de daño identificados en las telas arqueológicas fueron las larvas de la “polilla porta estuches”, Tinea pellionella (L.) (Tineidae, Lepidoptera), organismos que tienen la capacidad de digerir la queratina de los tejidos de origen animal y que generan agujeros uniformes al alimentarse de pieles, cueros, lanas y plumas. El estuche -que les sirve de protección frente a la desecación y otros factores externos y como pupario al cerrarlo en sus extremos- lo construyen segregando hilos de seda e incorporando restos de alimento, exuvias y fecas. Una vez que emerge el adulto queda adherido al sustrato evidenciando su presencia y actividad. Los adultos son de vida corta y no se alimentan, solo cumplen función reproductiva y de dispersión de la especie.

 

También se hallaron  asociados al material arqueológico restos de larvas del “escarabajo de las alfombras”, Anthrenus sp. (Dermestidae, Coleoptera), insectos que producen gran daño al alimentarse de productos almacenados como granos, textiles, artículos de cuero, momias, animales taxidermizados e insectos montados de colección. Además realizan excavaciones en busca de un lugar para empupar, pudiendo atacar otros productos de los cuales no se alimentan pero que les sirven de refugio tales como madera, corcho, placas de algodón, y aún fibras sintéticas. El adulto emergente se alimenta de polen o néctar y se oculta en lugares pequeños por lo que con frecuencia pasa desapercibido.

Uno de los momentos de toma de muestras etnomológicas durante los trabajos de acondicionamiento de piezas textiles

Restos de un lepidóptero hallado al desdoblarse uno de los tejidos de colección

Estrategias de conservación implementadas

 

Una vez establecido que el D25 se hallaba afectado por la presencia de insectos cuya actividad ponía en riesgo la conservación del material de colección allí alojado, se consideró imprescindible incluir en las tareas de puesta en valor que estaban ya desarrollándose un conjunto de acciones de conservación preventiva, las mismas estaban destinadas a controlar a corto plazo el accionar de dichos organismos y minimizar sus efectos perjudiciales sobre las piezas arqueológicas. En primer lugar se estableció un cronograma de fumigaciones periódicas del depósito con piretroides[2] a las que se sumaron luego fumigaciones aisladas y controladas de muebles puntualmente afectados.

 

En simultáneo, se puso en marcha un plan sistemático de limpieza general del material alojado en el depósito que incluye la toma periódica de muestras para identificación entomológica y monitoreo de los agentes de daño biológico presentes, así como la elaboración de un registro detallado del resultado de tales muestra, que incluya siempre la especie o género de los organismos identificados; la cantidad, el lugar y la fecha de su detección  y el criterio utilizado para frenar su accionar. El plan incluye además el reemplazo progresivo –aún en curso- de los contenedores de madera, tela y papel por otros de materiales sintéticos, a fin de controlar y minimizar los efectos de la actividad de los insectos.

 

Las piezas confeccionadas en madera y pericarpio de cucurbitáceas (“mates”) fueron objeto de una limpieza mecánica manual pormenorizada, y luego aisladas individualmente en bolsas de nylon de cierre hermético. Un sector completo del depósito fue vaciado, limpiado y destinado al almacenamiento de la colección textil, parte de la cual se ubicó en una cajonera metálica hermética adquirida ad hoc. Asimismo, se procedió al armado y puesta en funcionamiento de una sencilla cámara de cuarentena para aislar piezas que presentan evidencia daño biológico reciente, a fin de poder estimar si los organismos responsables de dicho daño se encuentran aún viables y activos y suponen un riesgo para el resto del material del depósito.

 

Por último, y gracias a la gestión de las autoridades del Museo de La Plata y las de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, se concretó el reemplazo del mobiliario de madera más afectado por modernas estructuras metálicas, lo que posibilitó el retiro del principal foco de concentración de coleópteros plaga del depósito. Resulta interesante mencionar que, en todos los casos, los muebles más atacados por carcomas eran los más modernos, llegados al D25 en el curso de los últimos 50 años y construidos con maderas blandas sin estacionar. En cambio, las estanterías y cajoneras de roble, ébano y cedro que datan del período fundacional del Museo –las últimas décadas del siglo XIX- se encuentran aún en perfecto estado y sin evidencias de biodeterioro.

 

Las tareas de puesta en valor de las colecciones arqueológicas incluyeron la creación de una base de datos -asociada al inventario general del materiales- en la que se registró documental y gráficamente el estado de las piezas y del repositorio al momento de iniciarse las tareas de diagnóstico e identificación de la actividad de insectos perjudiciales  y en la que se detallaron también los criterios elegidos para su erradicación. La creación y actualización de este tipo de registros resulta imprescindible a nivel institucional, dado que permite evaluar periódicamente los resultados obtenidos en las acciones de control de plagas que afectan bienes de interés patrimonial, a la vez que permiten generar un cuerpo de datos de referencia que posibiliten un adecuado monitoreo a largo plazo del estado de las piezas en custodia.

 

 

Referencias:

[1] Los datos preliminares de la intervención realizada sobre las piezas textiles fueron expuestos en el 1º Congreso Latinoamericano y II Congreso Nacional de Museos Universitarios (Mariani et. al., 2013).

[2] Nombre comercial Delta Fog, insecticida líquido en aerosol con válvula de descarga total, especialmente diseñado para ambientes cerrados sin corriente de aire.

 

Bibliografía:

Mariani, R., A. Igareta, G.L. Varela, S. Gómez de Saravia y P. Guianet. 2013. Deterioro biológico en colecciones arqueológicas: Identificación de factores de riesgo. Actas del I Congreso Latinoamericano y II Congreso Nacional de Museos Universitarios. Publicación en CD Room. ISBN 978-950-34-1040-0. La Plata.

 

2014. Mariani, R. y A. Igareta. Avances en el registro de agentes de biodeterioro de material arqueológico y estrategias básicas implementadas para su control. Reunión sobre Biodeterioro y Ambiente de la Provincia de Buenos Aires. Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA) – La Plata. Publicación en CD Room. ISBN 978-950-34-1109-4.

 

Pinniger, D. and P. Winsor. 2004. Integrated pest management. A guide for museums, libraries and archives. Museums, Libraries and Archives. London.

 

Serrano Rivas, A. 2004. Biodeterioro en soportes proteínicos y celulósicos. Jornadas Monográficas Prevención del Biodeterioro en Archivos y Bibliotecas. Instituto del Patrimonio Histórico Español. 14-15 junio 2004. Pág. 72-83. Málaga.

 

Yela, J. L. Insectos causantes de daños al patrimonio histórico y cultural: caracterización, tipos de daño y métodos de lucha (Arthropoda: Insecta). Boletín de la Sociedad Entomológica Aragonesa. 20, 1997 pp. 111-122. Aragón.

 

 

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